en tus venganzas,
con tu angustia indolente
y tu malicia.
Alexandre Montoya
A veces he notado que me miras,
sucede algunas noches,
te crees que no te veo
y no te veo
pero te crees que no te siento
y te equivocas,
odioso,
me haces daño.
El otro día
me hiciste sangre
en el cuello,
pedazo de alcornoque.
Jaime Valero Perandone
Cuando lavé el camisón,
no salían las manchas
por tu absurda terquedad.
Si hubieras sabido
desnudar mi espalda
y frotarla con la esponja
azul celeste que te tendí
aquel día...
Alexandre Monntoya
Azul de estrellas
y de sueños
que hemos enterrado
para siempre,
que como criatura viva
hemos estrujado en la conciencia,
encerrada en un cuartucho
y escondida,
alimentada de sobras y mendrugos
rebozados
en el aceite del suelo,
mugrientos, requemados
y terribles...
Hemos tratado de olvidarla,
pero a veces cruje y se levanta
y nos araña los ojos
zarandea las entrañas
nos escupe.
Jaime Valero Perandone
No sé, estúpido
cuerpo impostado
pero creo que algo se ha parado
en un momento
y ya no ha vuelto a girar
en su distancia
en la velocidad precisa,
en su latido.
Kazimierz Dzyga
Continuanos sin vida,
acelerados
o demasiado lentos
mientras los cataclismos
se suceden.
Gigino Falconi
Días sísmicos,
tsunamis cósmicos
del odio.
Pablo Solari por Adrian G Basualdo Un largo y solitario camino La mirada clara de Pablo Solari custodia el paisaje raigal del barrio porteño de Flores, donde nació en abril de 1953. Un lugar de avenidas transitadas, como aquella Juan Bautista Alberdi en la que medio siglo atrás estuviera su casa natal, o la San Pedrito en la que hoy tiene el taller que comparte con "Monchi", el gato blanco que pasea con gracia por entre colores y pinceles, pero también de calles recoletas, de adoquines adecuados para el fútbol entre amigos y la lectura compartida de los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Una infancia con eje en la vida familiar, donde la presencia de Italia se materializaba en padres y abuelos inmigrantes recientes, originarios de la Toscana, que se resistían a dejar su lengua y sus costumbres, sus canciones y el sobrevuelo de las melodías de Puccini y de Verdi cuyos ecos aun tienen vigencia en las mañanas frescas de este invierno de 2003. L
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